La Voz del Interior – 14 de agosto de 2011
Cristina Gómez Comini, directora del Seminario de Danza Clásica Nora Irinova y de la compañía independiente de danza teatro Danza Viva.
El estereotipo de la bailarina clásica, ¿sigue siendo el de una mujer esbelta y no muy alta, o se aceptan en los cuerpos artísticos bailarinas con físicos más robustos?
–Depende del perfil de la compañía. Como directora de un seminario de danzas donde los bailarines se forman para engrosar las filas del ballet oficial de la Provincia, no puedo dejar de reconocer que todavía sigue vigente el estereotipo del bailarín esbelto y delgado. Pero creo que cuando un bailarín es talentoso no es tan importante que siga el estereotipo. La belleza en escena no pasa por tener un cuerpo ideal. No obstante, en un perfil clásico o neoclásico cuando se tiene un bello cuerpo es un plus muy importante. Pero hay otras compañías internacionales que aceptan cuerpos atléticos, robustos y redondeados.
–¿Qué es más difícil desarrollar en un bailarín la destreza y el manejo de la técnica o la capacidad para interpretar y trasmitir sentimientos?
–Las dos cosas son difíciles y una sin la otra no funcionan. Hay que ejercitar la constancia y el esfuerzo para desarrollar ambas habilidades y se necesita un trabajo de búsqueda interno importante para ser un buen intérprete. Cuando un bailarín ingresa a una compañía nos fijamos si la persona tiene ángel en cuanto a lo artístico y un manejo interesante de su cuerpo en cuanto a las habilidades corporales y el dominio espacial.
–¿Hasta dónde es saludable el nivel de exigencia que se le pide a un bailarín profesional?
–Este es un aspecto interesante para analizar. Por ejemplo, en esa película terrible, Cisne Negro , se muestra el sufrimiento y el displacer permanente que siente una bailarina. Creo que la carrera de bailarín es muy exigente, es un camino de esfuerzo y sacrificio; pero no debe perderse de vista el pla-cer que se siente cuando se baila. Porque si la carrera se transforma sólo en esfuerzo y sufrimiento y nunca está presente el momento del placer y del disfrute, entonces no tiene sentido continuar. Bailar es una celebración, es una fiesta.
–¿Las zapatillas de punta que producen ampollas, callos y juanetes, significan un encorsetamiento que le advierte a las bailarinas la restricción del movimiento físico que existe para ellas en el marco de la danza clásica?
–No. Las zapatillas de punta son una herramienta de la técnica de ballet que fue usada en el romanticismo para generar levedad y para interpretar a seres del más allá. Por eso nace la zapatilla de punta, para que la mujer despegue del piso y flote en el escenario. Hoy es una herramienta valiosa que evolucionó y hay coreógrafos que la usan en ballet neoclásicos o contemporáneos. Todo depende de cómo se use. Entonces, s creo que lejos de ser un encorsetamiento las zapatillas de punta permiten descubrir nuevas formas de practicar danza.
–¿Qué opina sobre los que dicen que las posiciones de la danza clásica son rígidas, antinaturales y que pueden producir serios problemas de salud?
–Que es una barbaridad. La danza clásica bien hecha no produce problemas de salud, pero si se practica mal sí puede afectarla. Es verdad que existen ciertas deformaciones profesionales como las rectificaciones cervicales de tanto estirarnos, pero, por ejemplo, el movimiento de rotación de la cadera que desarrollamos anatómicamente es posible porque esta es la articulación con mayor capacidad rotatoria junto con la del hombro.
–¿Qué le aportó en su vida dedicarse a esta profesión?
–Aprendí a estar en un proyecto con la gente, porque este no es un trabajo solitario sino que todos dependemos de todos. Ser bailarina o directora es una construcción colectiva y es fundamental trabajar en equipo. Siempre digo que nunca necesité ir al psicólogo porque estuve a salvo en mis creaciones. Volqué todas mis inquietudes, preocupaciones, angustias, anhelos y alegrías en ellas. De hecho mis obras han tocado temas que me afectaron, como el insomnio que padecí durante un año. El hecho de hurgar hace que uno profundice mucho en el conocimiento de sí mismo y que busque los métodos para expresar lo que siente estéticamente. Mis creaciones me ayudaron a transitar la vida.
–¿Recuerda alguna puesta en escena que la haya sorprendido?
–Sí. Este año nos tocó bailar en el patio de una escuela primaria en Santo Tomé, provincia de Santa Fe donde no había escenario. Fue emocionante ver a las maestras armando las luces, al director de la escuela poniendo clavos y al portero cebándonos mate. La puesta en escena fue surrealista y el nivel de participación del público fue increíble. Este tipo de experiencias a uno lo vuelven a conectar con el sentido ritual de la danza donde se produce es mágico encuentro entre los artistas y el público.
–¿Qué fue lo peor que le ocurrió bailando en un escenario?
–Una vez estaba bailando en un teatro de Bélgica y de pronto se produjo un apagón masivo por un cortocircuito. Fue un shock , al principio nos quedamos duros, fue muy extraño pero luego se bajaron los telones, volvió la luz y seguimos bailando. Creo que la sensación más espantosa es estar en el escenario y no dominar la escena. Siempre uno se siente inseguro antes de salir a escena pero hay que generar anclas para sentirse en el lugar más seguro del mundo. Sentir que el escenario es tu territorio y dominarlo es fundamental. Lo más lindo es cuando uno es consciente del disfrute mientras baila. Pero esto se logra cuando el bailarín ya tiene mucha experiencia.
–¿Cuál fue el personaje más desafiante?
–Una vez interpreté el rol de una mujer fatal en una obra de homenaje al compositor italiano de música clásica Nino Rota, que estrenamos en Italia. Me recordaba mucho al personaje que interpretó la bailarina y actriz Cid Charisse en la película Un americano en París (1951). Me costó hacerlo porque era tímida y tuve que deshacerme de ciertos tabúes para interpretar el personaje.
–¿En que rol se siente mejor, como bailarina, actriz o docente?
–En este momento de mi vida, lo que más me gusta es la docencia y la creación de obras. Como bailarina, ya me saqué todas las ganas de bailar, dejé de hacerlo cuando tenía 32 años para dedicarme a dirigir. Ahora tengo 52.
–¿Qué es lo que más le gusta de la docencia?
–Lo que más rescato de la docen- cia es el vínculo en términos profesionales que entablo con mis alumnos. Me pone feliz cuando veo que asimilan lo que les estoy tratando de trasmitir. Verlos crecer es una gran satisfacción para mí.
–¿Qué le pide usted como docente a sus alumnos?
–Les pido entrega, confianza mutua y trabajo, mucho trabajo.
–¿Aumentó la presencia de alumnos varones en el Seminario de Danza con respecto a épocas anteriores?
–Sí, totalmente. Tenemos tres cursos de varones y tenemos más de 30 bailarines que se están formando en el seminario. En mi época había un varón cada 40 chicas. Este cambio supone una evolución importante en términos de la aceptación social que implica que un hombre sea bailarín. Ahora no solo las madres traen a sus niños para que se formen profesionalmente sino que también lo hacen muchos papás.
–¿Qué opina su familia de su profesión?
–Mis padres siempre me apoyaron con la danza y particularmente Lucio, mi papá, me brindó apoyo con alas. Dijo sí cuando le dije que me quería ir a Buenos Aires y también a Europa. Él tuvo una confianza ciega en mi futuro profesional. Y mi familia actual me apoya mucho. Mi esposo, Jorge, es ingeniero y me ayuda en las puestas escenográficas y mis hijos vienen a ver todas las obras y son muy críticos. Ellos siempre me ayudaron y se bancaron mis ausencias durante los ensayos. Pero ahora tengo un salón y muchos ensayos los resuelvo en mi casa. Es una forma de estar más cerca de ellos. Hay dos de mis cinco hijos que están en la música, Marco es percusionista, Andrés es saxofonista y a la más chica, Lucía, le gusta la danza contemporánea.
Rosana Guerra