Revista Ciudad X número 23 – Mayo de 2012
Retrato Hablado sobre la artista de la danza Cristina Gómez Comini.
Cristina Gómez Comini bailó durante veinte años y después de brillar en Europa dedicó otros veinte a un desafío artístico permanente.
Flexible en el arte y en la vida, la bailarina, ahora coreógrafa, directora y docente de danza, inauguró el Centro de Estudios Danza Viva.
Cristina vivió, vive, rodeada de espejos. No por narcisismo, claro: el espejo es un objeto orgánico de las salas donde ensaya ballet.
-Dicen que los bailarines son narcisos. Pero también lo son los actores, los músicos, y hasta los políticos. Hoy, el narcisismo está a flor de piel- señala entrando en tema.
Le gusta hablar en persona sobre cuestiones psicosociales y filosóficas que signan nuestra época tanto como a través de sus obras. Volvemos a la importancia del espejo.
-¿Y porqué tanto espejo en la danza?
-Es una herramienta. Su función es corregir el movimiento. Cuando no lo tenés, es un vacío terrible. Es como no tener tu alter ego-, gráfica, y se ríe. Con esa primera risa exhibe el buen humor que la caracteriza, que asegura no perder aunque se sumerja en los lados más oscuros del ser humano al investigar para sus creaciones.
-¿Y qué pasa entonces cuando estrenan y los espejos ya no están?
-¡Una terrible soledad! Por eso se tapan antes, una vez que la obra está montada. Para encontrarte desde adentro porque el espejo te devuelve el afuera permanentemente, tu propia mirada desde el afuera -se explaya- En cambio, cuando estás en escena tenés que estar en tu centro, tanto en sentido físico como actitudinal, trabajar desde el yo. Y desde ahí te comunicas con el otro. Ya no podes depender de lo que te devuelve el espejo. Cuando entrenas, te estás chequeando todo el tiempo, todo el tiempo, todo el tiempo. Y cuando das la espalda al espejo, no está el otro que te estaba diciendo «Sí, vamos bien». O no. Es interesante psicológicamente -concluye.
Como el espejo es un crítico que «puede ser muy cruel, porque no miente», puede que tanto reflejo no alimente la vanidad sino que la mantenga a raya. Que tanto espejo, aunque refleja, inculque transparencia.
VENTANAS
En Febrero Cristina inauguró su propio espacio de formación. Un piso alquilado, especialmente acondicionado en plena General Paz, arriba de un mar de libros ofrecidos en venta. Muestra el lugar como si mostrara su casa. Pienso que pasaría ahí más horas por día que en su propio hogar. Otra buena parte de las muchas horas que trabaja transcurren en el Teatro San Martín. Ahí aún dirige el Seminario de Danza Clásica. Sin exagerar, puede afirmarse que Cristina está en danza hasta cuando duerme.
-Si, a veces todavía sueño que bailo. Y también sueño que veo a otras personas bailar.
Sin que se le pida, muestra todo: desde la oficina, las espejadas salas de ensayo, el mini-gimnasio de pilares, hasta los vestuarios y los baños. Desde lo más público a lo privado. Nada que esconder o disfrazar. Y muestra, además, con una satisfacción completamente desprovista de petulancia.
Es así. Con su trato simple y accesible, es cordobesa, ex bailarina de carrera europea, actual coreógrafa y directora, actriz, docente e investigadora, está lejos del estereotipo de la diva artística: «No me gusta que me vean como la que alcanzó el sueño y está allá arriba siempre, en una burbuja», dice.
-Nunca me sentí así ni me gustó que me pongan en ese lugar de irrealidad.
Aunque fantasea mucho, y concreta todas las fantasías que puede a través de sus espectáculos, a Cristina le incomodan ciertas burbujas:
-Siempre me importó mucho evitarlas. De por sí, la vida del bailarín, como la de cualquier artista que tiene que entrenarse entre cuatro paredes, aísla. Pero ¿para qué hacemos arte si no es para dialogar con nuestro contexto social? Para mí, el artista aislado no tiene sentido.
Danza Viva se llama el centro de estudios, como su compañía independiente de danza contemporánea. Viva. Además de blanco inmaculado, sobrio, despojado, de ya clásico minimalista, el lugar es silencioso: solo se oye el suave piano grabado con el que tres bailarines -un chico y dos chicas- ensayan en una de las salas y las caricias de esos seis pies al pulcrísimo parquet. El bramido del microcentro que nunca cesa de estallar detrás de los grandes vidrios se queda afuera. Pero Cristina siempre está dispuesta a abrir las ventanas.
REFLEXIONES
Por su rechazo a los ambientes «burbuja», Cristina no terminó de sentirse a gusto en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, donde fue becada apenas terminó la secundaria, y encontró «un mundo casi sin contacto con el exterior».
-Me desilusionó cierta mentalidad cerrada que empecé a sentir entre mis compañeras y mis profesores. Tenía la sensación de que afuera había un mundo muy distinto del que yo vivía adentro, y esa dicotomía me empezó a afectar.
Eso cambió, y el cambio la hizo sentirse más motivada poco después, cuando ingresó al Taller Coreográfico del Teatro San Martín de Buenos Aires. Ahí comenzó su transición desde la danza clásica a la contemporánea, su incursión en la actuación, y el intenso camino de aprendizaje y experimentación que recorrió en Europa, alejada de los encierros, de los compartimientos estancos.
-Ahí el trabajo fue muy diferente, muy presente en nuestra contemporaneidad.
Después de mucho andar «en la dirección de las grandes aves, de los grandes ríos, de los grandes vientos, de los grandes sueños», como dice un texto de su obra Sueños de la Razón, Cristina regresó a Córdoba en 1992, cuando nadie volvía a la Argentina. Fue una decisión más basada en razones del corazón que en necesidades profesionales. Pero fue, también, la apuesta corajuda de hacer crecer la danza contemporánea a nivel loca, un campo que estaba sembrado pero necesitaba mucho abono. A la vez, la coreógrafo se reencontró con la danza clásica. Al principio fue solamente el modo de ganar el sustento mientras se entregaba incondicionalmente a lo contemporáneo, escasamente reconocido. Después el ballet clásico le ofreció renovado estímulo por la apertura de horizontes que ella misma fue impulsando desde la docencia y la dirección.
-A la danza clásica la quiero y la respeto en tanto técnica formativa. Pero los conceptos que manejaba el ballet romántico ya han sido ampliamente superados. Uno puede hacer técnica clásica, pero con una mentalidad absolutamente contemporánea, conociendo las técnicas paliativas de la danza clásica que han aparecido y proyectándose como artista capaz de hacer espectáculos que hablen de la actualidad, para comunicarse con otros sujetos sociales, vengan de donde vengan.
Por lo visto, Cristina extendió a su mente la flexibilidad propia del cuerpo de las bailarinas. ¿O será al revés?
-Lográs aplicar esa flexibilidad a lo cotidiano, acomodarse a las sorpresas y a las postas de la vida?
-Si. Como todo el mundo, quise aprisionar ciertos momentos, que algo fuera así de bello, así de bueno o feliz para siempre -confiesa- Pero con los años te das cuenta de que eso es absurdo: todo muta, nada es estático, y tenés que encontrar el placer en el movimiento, en el cambio, incluso en el riesgo.
Y, claramente, en sus obras arriesga todo, va a los extremos.
-Me gusta mucho el desafío y la novedad. Si no estoy renovándome, me pesa y estoy acostumbrada a que mi carrera no me pese, a que me de placer».
MARIPOSAS
Cristina tiene claro que su condición inquieta puede predisponer a la ansiedad. Y ese es un tema que ella estudió mucho en sí misma y trabajó en la obra Anoche Mariposa.
-Hay ansiedades y ansiedades. La positiva, que te lleva a buscar, investigar, profundizar. No quiero la ansiedad que te sumerge, que te postra. Ahora estoy tratando de encaminarme hacia la serenidad. Es otra forma de actividad. Uno corrió tantas carreras, pasó tantos exámenes, que por ahí añora cierta serenidad.
Con la apertura de este espacio de estudio Gómez Comini está iniciando una nueva etapa.
-En este momento me digo «A ver: si escucho el silencio, ¿qué aflora?». Y realmente hay cosas que afloran con nitidez, como «Es el momento para esto, y no para esto otro». Es como dejar de tener la radio prendida todo el tiempo y escuchar hondo.
Después de escuchar mucho más de lo que cabe en esta superficie de papel, parto. Dejo atrás el casi silencio de ese espacio blanco inmaculado, sobrio, despojado, de ya clásico minimalista, y me enfrento al bramido del microcentro. Pero en mi cabeza resuena su voz, un piano suave y las caricias de seis pies al pulcrísimo parquet.
Ivan Lomsacov
Perfil[box size=»large» style=»rounded» border=»full» icon=»none»]
Perfil: CRISTINA GOMEZ COMINI
Nació en Córdoba en 1958. Comenzó a bailar a los 9 años, en el Seminario del Teatro San Martín y continuó su formación en Buenos Aires. Estudió danza contemporánea en el Mudra Centre de Bruselas con Maurice Béjart, quien la integró al Ballet del Siglo XX y a la compañía belga de danza-teatro L’Ensemble. En Córdoba fue Maestra de Ballet, Coreógrafa invitada y Directora del Ballet Oficial de la Provincia, docente y coreógrafa del Ballet Contemporáneo de la Universidad Nacional, dirigió los cursos Verano-Danza y creó la compañía independiente de danza contemporánea Danza Viva. Estudió teatro y actuó en varias obras cordobesas, dirigida por Villegas, Reyeros y otros. Recibió premios y reconocimientos de la Fundación Antorchas, el Fondo Nacional de la Danza, el Instituto Nacional del Teatro, etcétera.[/box]