La Voz del Interior – Domingo 17 de agosto de 2003
Obligado a sentir. Así vive el espectador la obra de Cristina Gómez Comini, Cuerpo impuro.
Tres mujeres comparten un espacio que reproduce el cubo en su esqueleto; no hay paz ni reposo en los cuerpos contorsionados, unidos a rostros que han cambiado su eje hasta quedarse en la mueca trágica, desesperada. La música electroacústica amplifica el espacio real hacia un terreno virtual y desolador.
Sonidos, cubos y cuerpos; implosiones, espaldas que se contorsionan y crujidos arman el escenario para una relación conflictiva: la de cada mujer con su cuerpo, la de cada ser humano con ese extraño que carga sobre la columna vertebral, pegado al misterio de la existencia.
Cuerpo impuro obliga a pactar con la calidad de un movimiento que ha dejado de ser una danza; con una estética que resigna la belleza y el orden; con unas relaciones angustiantes en el cubo-cárcel, en el cubo-habitación de un cuerpo extraño.
Las tres bailarinas de la agrupación Danza Viva exponen cuerpos y rostros a la violencia de los movimientos de una manera ceremonial, extrema, según Gómez Comini interpretó la concepción plástica del pintor Francis Bacon.
Interpelación
Quien vaya a ver el espectáculo por momentos no comprenderá qué se ha quebrado en la relación que generalmente se establece entre un artista y el público. No hace falta conocer a Bacon ni haber reflexionado sobre las prácticas actuales que agreden el cuerpo (cirugías, piercing, tatuajes) y lo ponen bajo una luz nueva, sea de quirófano, de neurosis, de supremacía de la imagen… La obra, con características de teatro de cámara, acerca ese material al espectador y lo interpela constantemente.
Además del entrenamiento físico –un rasgo de Danza Viva–, las bailarinas diluyen los movimientos, fuerzan sus miembros metiéndolos en cubos pequeños, exponiendo torsos, pegándolos a un vidrio, utilizándolos como elementos de percusión.
En ese contexto, se escuchan unos pocos textos técnicos, de prospecto médico, quirúrgico, sobre las incisiones para una cirugía estética. Son textos desapasionados, acordes con la idea de que ese cuerpo no es sensual, no recibe ni da caricias, simplemente está ahí, expuesto a la autoagresión o al olvido.
Laura Fonseca, Laura Dalmasso y Mariana Gorrieri bailan sobre la cuerda que propone la música electroacústica de los compositores cordobeses Gabriela Yaya, Gustavo Alcaraz y Juan Sebastián Barrado. Las luces de Carlos García; el vestuario y la escenografía de Rafael Reyeros; el sonido de Jorge Vallejos y la compaginación musical de Fabricio Morás, hacen de Cuerpo impuro una obra que no deja ningún lenguaje afuera, ni da lugar a la indiferencia.
Para espectadores que comparten el riesgo estético.
Una virtud: la mirada, la resolución plástica, las bailarinas.
Un pecado: el texto podría ampliar el espacio de la palabra.
Beatriz Molinari
http://buscador.lavoz.com.ar/2003/0817/Espectaculos/nota184927_1.htm