Coreógrafa, directora, dramaturga y docente, Cristina Gómez Comini reflexiona sobre el futuro de la danza, un arte que ha crecido en técnicas y complejidad.
«Vamos hacia la idea de un bailarín integral»
¿Cómo ves el amplio campo de la danza dentro de 10 años?
La danza va de la mano de un cambio vertiginoso de la escena. Veo cambios permanentes que están en la naturaleza de la danza, con una apertura mayor a mixturar, incluir todo tipo de técnicas, ideas, tecnologías. Pueden surgir impensadas formas escénicas y no escénicas. La naturaleza efímera es su fuerza y debilidad, y espero que conserve su carácter presencial, a pesar de lo efímero. Digo esto porque la danza es un acontecimiento que desaparece en el acto mismo de su materialización. Con tanta pantalla y virtualidad uno puede temer que este esfuerzo para lograr una presencia, quede descartado. Creo que las artes escénicas defienden fuertemente la corporalidad, el cuerpo presente frente a otros cuerpos, como público.
¿Va a requerir esto una nueva reflexión, una mirada más profunda para entrar en relación con nuevas tecnologías y expresiones?
Totalmente. Requiere de una mirada no solo de la tecnología, sino, una mirada social. No nos olvidemos que estamos en un momento de gran efervescencia de la figura femenina y eso va a aportar algo distinto a la danza. Si bien ha habido grandes mujeres protagonistas que han modificado el panorama con la invención de técnicas y posturas ideológicas frente al movimiento, desde Duncan, Graham, Bausch, esta revolución social en la que la mujer está en la calle y grita frente al patriarcado, creo que se va a incorporar a la danza contemporánea y a toda la danza. No sé de qué forma se manifestará.
En el campo de la formación, ¿cuáles serán los desafíos?
La de un bailarín mucho más completo, con más herramientas. Ya se tiene cuidado de decir: soy un bailarín clásico, contemporáneo o folklórico. Creo que vamos hacia la idea de mi maestro Maurice Béjart que hace 40 años hablaba de un bailarín integral, con un cuerpo dúctil y preparado para todo tipo de manifestación. La actualidad va mostrando cruces y mixturas. No sé si en diez años esto estará en su plenitud.
¿Cómo se planteará la relación con el público?
Se habla mucho, por lo menos quienes estamos en el ámbito de la filosofía contemporánea en relación a de la danza, de la mirada. Es una preocupación: cómo miramos, qué, desde dónde. Entonces, el público también está obligado a posicionarse desde una mirada diferente cuando va a ver una performance o algo que se sale de los cánones de lo que está acostumbrado a ver. La mirada del artista se está modificando permanentemente, y la del público también. Se van a crear, quizás, nuevas relaciones.
¿Qué tiene que ocurrir para que la danza dé el gran salto?
No quiero poner todo el peso en lo económico pero es un factor importante. Ideas hay, ganas de trabajar, gente que se desvela por investigar lo que quiere proponer en escena, hay talentos. Para nosotros lo económico es limitante. No tenemos la libertad que tiene un coreógrafo ruso que tira dos millones de pelotitas verdes en escena. Es una idea maravillosa que, además, hay que probar para ver si puede concretarse. Funcionó, se estrenó en la Ópera de París. Nosotros trabajamos con lo mínimo. Siempre. Y con eso hacemos maravillas. Lo bueno es que hay cada vez más gente que apuesta y se juega por lo escénico.
¿Quién tiene la responsabilidad?
Las políticas culturales son fundamentales para el crecimiento y la evolución, no solo de la danza. Nuestro país tiene esa fluctuación permanente. Hay que apostar a la cultura, de una vez por todas y más allá del gobierno que esté. La potencia de una nación está en la creatividad, que no solo está en el arte. La creatividad está en tu profesión, en el vecino que tiene el negocio a la vuelta de mi casa. Hay que fomentarla y los gobiernos tienen que saberlo.