La Voz del Interior – Miércoles 10 de setiembre de 2008
Cuatro coreógrafas abren una nueva etapa para la danza contemporánea. Con «Instantes» en el Teatro Real dan los primeros pasos del Centro Experimental.
El tiempo es ahora. Si existe un reclamo endémico es el de la falta de espacio formal para la danza contemporánea. La prueba piloto del Centro Experimental de Danza del Real Teatro inicia el camino institucional con el espectáculo Instantes, a cargo de las coreógrafas Emilia Montagnoli (también coordinadora del Centro), Cristina Gómez Comini, Viviana Fernández y Carina Bustamente. Cada una trabajó en una obra, con los bailarines seleccionados en una audición. “Se presentaron 90 y quedaron 15”, explica Walter Cammertoni, coordinador del área de danza contemporánea de la Secretaría de Cultura.
La carencia de un espacio de formación técnica de profesionales es el punto de partida señalado por Montagnoli. “Cada uno con su propio hilo realizó su búsqueda con libertad”, dice a propósito de Instantes, espectáculo en el que no hay un hilo temático conductor. Aclaran además que los bailarines asimilaron la información en tiempos muy acotados.
“En este corto tiempo fue un desafío, para los bailarines, cambiar de un registro a otro; rescato la riqueza de la propuesta y el nivel de adaptación de los bailarines”, dice Carina Bustamante.
Una modalidad instalada es la creación conjunta de coreógrafo y bailarines. “Prácticamente ya no se puede trabajar de otra forma; a menos que sea un ballet de repertorio. Se establece otro rapport cuando el coreógrafo trabaja con lo que los bailarines proponen”, comenta Cristina Gómez Comini.
Un recorrido sensible. “En esa constante de trabajar con los mismos bailarines es interesante ver cómo se pueden hacer cosas diferentes; depende de cada una de las cabezas (coreógrafo)”, dice Carina.
Para Emilia, es eso lo que dispara lo experimental: un clima de trabajo en el que se dan experiencias diversas. “Hay una gran plasticidad”, comenta Montagnoli, que decidió trabajar con dúos, en lo que llamó un laboratorio de encastres. “Tu cuerpo, un lugar de paso … es la composición que surge de la investigación del cuerpo del otro; ese cuerpo como lugar de paso, donde meto mi cuerpo. No es una forma terminada”, señala.
En Qué tal, che, Viviana Fernández trabajó lo vincular y lo perceptual: el aquí y ahora con 10 cuerpos en escena. “La referencia literaria apareció después. La idea era explorar, desde el movimiento, la posibilidad de comunicación. Fuimos organizando núcleos, situaciones. Además, como tenemos sólo tres bailarines, no enfatizamos la condición de género”, comenta. Después de lograr una estructura, probaron algunas músicas (extractos de música que no es ‘usable’ en la danza, apenas introducciones y estímulos).
Con respecto a la idea de lo inacabado, lo abierto, la obra de Carina Bustamante, Empieza, sigue, no termina suma sentidos. “La obra es un trabajo en proceso y habla de sí misma, usando lo real, el Teatro Real, pero desde la palabra, que puede construir realidad y también, desvirtuarla. Trabajo con textos. Los intérpretes cuentan sus emociones o relatan las acciones de modo subjetivo. Hay ruptura de la convención. Me interesa la forma de la representación, cuestionarla. Eso se ve en la obra, de manera inacabada. Los bailarines transitan el escenario; son personajes o salen de los personajes para ser personas; desde el humor y la ironía, desde cierto clichés sobre cómo se debe ver el teatro”, explica.
La música manda. Cristina Gómez Comini pone en escena Scherzo desquiciante. “El título es una acotación del músico y me encantó. Soy la única que trabajó con los 15 bailarines, que son muy diferentes. Algunos tiene un patrón de movimiento similar; otros vienen del teatro. Fue un desafío ponerlos ponerlos bajo el rigor de la música sinfónica contemporánea. Eso significó un desafío porque nos puso en un mundo de tonalidades muy complejas, particularmente el Scherzo desquiciante de Luis Pérez.
Gómez Comini explica que en la obra, la danza no está jerárquicamente por encima de la música, sino, todo lo contrario: los bailarines están totalmente sometidos a la música. “Es una elección muy diferente a mi trabajo de los últimos años. Éste es un trabajo formal”, dice.
Luis Pérez la llamó para decirle que estaba componiendo una obra para ballet, cosa poco frecuente. “Desde lo sinfónico, menos”. La coreógrafa comenta que el trabajo contemporáneo tiende a usar otro tipo de música (más pegadiza, de efectos); ésta es una partitura compleja a decodificar, desde lo corporal.
“Por otro lado, es muy difícil de escuchar si no está asociada a lo visual. Tenés que poner la oreja y el ánimo para escuchar en 11 minutos, un berenjenal de instrumentos que entran a destiempo ex profeso. Los chicos han hecho búsquedas formales en función de un parámetro rítmico”, señala.
Emilia Montagnoli considera: “Estos bailarines tienen distintas formas de ser bailarines. Este es uno de los núcleos de lo experimental, así como el abordaje de la música. En mi obra, por ejemplo, se juntan dos opuestos enormes: el minimalismo de Reich y Pergolesi. Son distintas maneras de entrar en el mundo sonoro”.
“Hay que destacar la voluntad, la entrega y las ganas de los bailarines”, dice Cristina Gómez Comini. Han metabolizado todo de modo muy generoso. Además, tenemos que agradecer al área de danza contemporánea (de la subdirección de artes escénicas de la provincia) donde hay un funcionario que entiende de qué se trata”, concluye Montagnoli.
Beatriz Molinari
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