Clarin – 30 de marzo de 2014
La Compañía Nacional de Danza Contemporánea fue creada hace seis años como un grupo de cámara cuya dirección era ejercida por los propios bailarines. Se sumaron integrantes -hoy son veinte- pero la conducción colectiva se conservó hasta este año, cuando Cristina Gómez Comini fue elegida como directora.
Por Laura Falcoff
Esta coreógrafa cordobesa tiene una formación y una carrera extraordinarias, tanto en la Argentina como en el exterior; radicada en Córdoba después de vivir muchos años en Europa, dudó ante la invitación de presentar un proyecto para la CNDC: “Conocía un poco a la compañía, porque veía alguna función cuando venía a Buenos Aires. Cuando me llaman para decirme que estoy en una lista de siete directores posibles dije: ‘Muchas gracias, pero vivo en Córdoba’. Aún así mandé el proyecto que pedían. Luego me avisan que quedé en una terna. En fin, lo converso con mi familia y logro todo el apoyo de ellos. Son dos años de contrato y puedo ir y venir”.
¿Te aporta algo distinto esta experiencia?
Fui directora en muchos lugares, pero esta vez es diferente; la compañía viene de esta historia de dirigirse a ellos mismos, lo que trajo problemas -cada decisión era votada por todos-, pero también aprendizaje. Crearon programas interesantes, viajan por el interior, hacen funciones, dictan cursos cuando viajan. Y también me pareció bueno que propusieran gente de danza del interior para el cargo.
¿Y tus proyectos?
Haré camino al andar, porque es un formato nuevo: no será una dirección tradicional, vertical, pero tampoco colectiva como antes. Y siempre hay imprevistos, como la reciente invitación de Ciudanza para que la compañía presentara una obra. Hay otro plan próximo: en abril llevamos una obra de Diana Szeinblum al Foro Internacional de la Danza de San Pablo.
¿Podrías hablar de tu experiencia en la escuela Mudra de Bruselas, esa institución tan original e importante que creó Maurice Béjart?
Mi formación en Mudra -la terminé en 1981- fue un período fundante que me abrió un mundo inmenso. Frente a preguntas que uno suele hacerse “¿por qué bailo, para quién bailo?”, pude comprender allí el alcance del arte en general y de la danza en particular. Béjart -también bailé en su compañía- decía “la danza es como el amor, se hace entre dos”. Aprendí en Mudra con grandes maestros que el bailarín no sólo debe recibir las indicaciones del coreógrafo y ejecutarlas, sino también aportar, bucear en uno mismo, establecer un intercambio con el creador.
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