La Voz del Interior – Domingo 1 de julio de 2007
La compañía de danza contemporánea cumplió 13 años de producción. Continuidad de un estilo que nació por una necesidad creativa.
«Hay que volver a ponerse las puntas», dicen que dijo Cristina Gómez Comini un día durante un ensayo de Danza Viva. El consejo sonó raro en el grupo de danza contemporánea que pensó que las zapatillas de punta eran cosa del pasado. Es uno de los tantos recuerdos de la directora y tres integrantes de la agrupación que asume 13 años de actividad y un presente pleno. Sentadas a la mesa, coreógrafa y bailarinas dan cuenta del camino recorrido.
Las une una disciplina en común; ocho años, previos, de técnica diaria dura en la danza clásica, un pasado en común, una vivencia corporal y disciplina mental.
¿Cuántas integrantes tiene la compañía? Gómez Comini declara sencillamente: «Danza Viva somos nosotras y las intérpretes que ya no están en el grupo». Las juntó la vida y la danza. A Cristina la asiste una percepción: «Todas conservamos una relación, un conocimiento mutuo. En cuanto nos encontramos para trabajar, sabemos de qué se trata, aunque estemos en otro momento. Todas las bailarinas son todavía Danza Viva, aunque no estén en las últimas obras. Ellas están en ese fondo común de entendimiento».
Los comienzos.
En 1994, las ganas de bailar las llevó a un bar. Danza Viva nació en una esquina de la calle Ovidio Lagos. Se habían conocido en De saxo y sombrero, en 1992.
Qué buscaban: una opción en el panorama general de la danza. Cristina recién volvía de su experiencia como discípula de Maurice Béjart en Europa. Su regreso abría una posibilidad de formación en esa época de pocos docentes y creadores. Ellas estaban en la búsqueda de referencias para poder bailar.
«Comenzó una nueva etapa de formación. Ella era la cabeza en lo creativo», dicen. Cristina define aquel momento. «Estaba muy desorientada, no conocía el terreno, venía de una experiencia de muchos años afuera. Afectivamente me sentía muy vulnerable, no me sentía en condiciones de hacer un gran movimiento; surgió a partir del entusiasmo de ellas. Danza Viva se fue gestando con el trabajo. No tenía idea cómo sostener la compañía. El alimento inmediato era el trabajo del día a día. No teníamos una proyección. Lo hicimos sin pensar», explica la directora.
La respuesta de público y el buen funcionamiento interno las llevó a pensar en una compañía de por vida, que fuera incorporando integrantes de distintas edades. Para eso, armaron un plan de ensayos y clase.
En la Córdoba de la danza, Gómez Comini hizo hincapié en la formación técnica. «De lo contrario, es muy difícil subir un escalón de cualquier tipo: creativo, técnico, en la investigación corporal. No se puede crear con nada, hay que tener herramientas, a más lenguajes mejor. Ahora existe este concepto de la expresión corporal (contra la que no tengo nada) que dice que humanamente todos podemos bailar, la danza pertenece a todos, todos podemos movernos. Pero si nosotros somos profesionales, artistas de la danza, la formación permanente es imprescindible», explica. Para el grupo, en las instancias de formación tan abiertas, tan light, los resultados son más excepcionales; improvisar sin lenguaje o material es como querer cocinar sin ingredientes.
Lo bueno es abrir la mente; no renegar del clásico y tomar lo mejor de cada disciplina.
«A medida que uno aprende, se abre el campo; cuando uno tiene poco conocimiento, es más soberbio», dice Ana García. Por eso, tuvieron que volver a ponerse las puntas. Para algunas fue un shock, pero bajaron la cabeza y obedecieron.
«Cristina era muy europea, mortal» (risas). Y ella confiesa: «Yo era muy rígida. No dejo de ser exigente pero me he amoldado al ritmo de las vidas. Los tiempos han cambiado».
Los 13. El elemento que explica tantos años juntas es la continuidad. «Pasamos épocas de toda clase y color, de la desolación en la que nadie hacía nada en danza, a la época del movimiento de nuevos coreógrafos. Tuvimos buenos y malos momentos en cuanto a contextos artísticos y culturales. Con $ 500 montamos Punto de fuga? (2002)»
Recuerdan que una vez ensayaban en El Panal (frente a la Legislatura) y se escuchaban las bombas. «Se caía el revoque», dice Patricia Belloni. Ana García cuenta esos días en Villa El Libertador con Las musas inquietantes. Andaban de gira por los CPC que se inauguraban.
«Dábamos vueltas por el barrio, con unos programas de la obra. La gente nos preguntaba qué era la danza contemporánea. Agarrate. Tenía que explicar con un lenguaje comprensible, porque no podía decir en la panadería: ‘¿Conoce a Pina Bausch? ¿Conoce a la Graham? Cristina Gómez Comini no es tan Pina Bausch, es Béjart. Por ahí nos preguntaban si éramos como las Tinelli. Y yo, decía, ‘no, eso es más jazz», cuenta Ana.
Con la segunda obra, La Roja, ganaron un subsidio que todos deseaban: el del Fondo Nacional de las Artes. «Nunca más tuvimos tanta plata. Creímos que viviríamos de la danza», comentan.
Crecían, les iba bien en Rosario, Buenos Aires, Entre Ríos. Todo indicaba que la compañía crecería. Pero en lo económico las cosas no fueron como pensaron. Desde hace años, todas viven de la docencia.
Deseaban lograr una organización de lo ‘para-artístico´ (los aspectos extra escénicos) para desentenderse de la gestión. Todavía no se dio. La realidad de Córdoba impone la negativa. Ningún bailarín contemporáneo vive hoy de su trabajo.
La charla toma otro rumbo. Más café contra el frío. «La danza contemporánea no es un lenguaje masivo. El clásico tiene público, está más instalado. Por otra parte, hay un público muy activo que no ve nada de Córdoba», dicen tratando de explicar un contexto complejo, antes y ahora.
Para la coreógrafa de Cuerpo impuro (la obra límite por el riesgo estético y conceptual), es importante producir sentido, para no quedarse en la superficie chata de lo técnico. «Cada vez más me importa eso. Trabajo con el lenguaje del movimiento, propio de cada obra; no aplicamos series. La calidad del movimiento nace de ese magma previo de sentidos», comenta.
El grupo fue evolucionando; cada una aporta sus vivencias. «Trato de trabajar con los movimientos de los bailarines y no con los míos. El tipo de técnica que incorporé hace años, ya está superada. Graham es muy válida pero ya pasó», dice Cristina y enumera técnicas desde Limón hasta ahora. La charla deriva en escuelas y modas.
«La cuestión creativa, hoy, no tiene nada que ver con la incorporación de una técnica. Al principio yo ponía todos mis movimientos. A los seis años (de la compañía) empecé a despegarme y trabajar con la improvisación, que siempre fue un tema difícil. Hace poco entendí su valor, porque más de una vez, no pasa nada. Uno crea con la intuición, pero es importante detectar los mecanismos de cada obra. Por eso, el análisis ayuda», explica la coreógrafa.
Sobre la mesa. Espejo, barra, mañana fría y nublada. Laura y Patricia se acercan a la barra, de cara al espejo y empiezan a calentar. Cristina marca el ritmo. Se acabó la charla. Los recuerdos van a esperan. Se preparan para el reemplazo de una bailarina de Área restringida, Ana García, que espera su tercer hijo/a. Una mesa rectangular sintetiza ese lugar sagrado, el espacio de creatividad que cualquier espectador puede identificar con lo cotidiano. Los fósforos se deslizan sobre la mesa. Patricia estudió muy bien el video. Laura Fonseca y Patricia Belloni ponen en movimiento la obra, otra vez, haciendo honor al nombre de la compañía.
Beatriz Molinari
http://archivo.lavoz.com.ar/07/07/01/secciones/espectaculos/nota.asp?nota_id=86246